La sima
Pío Baroja
El paraje era severo, de adusta severidad.
En el término del horizonte, bajo el cielo
inflamado por nubes rojas, fundidas por los últimos rayos del sol, se extendía la cadena
de montañas de la sierra, como una muralla azuladoplomiza,...
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La sima
Pío Baroja
El paraje era severo, de adusta severidad.
En el término del horizonte, bajo el cielo
inflamado por nubes rojas, fundidas por los últimos rayos del sol, se extendía la cadena
de montañas de la sierra, como una muralla azuladoplomiza, coronada en la cumbre por
ingentes pedruscos y veteada más abajo por blancas estrías de nieve.
El pastor y su nieto apacentaban su rebaño de cabras en el monte, en la cima del alto de
las Pedrizas, donde se yergue como gigante centinela de granito el pico de la Corneja.
El pastor llevaba anguarina de paño amarillento sobre los hombros, zahones de cuero en
las rodillas, una montera de piel de cabra en la cabeza, y en la mano negruzca, como la
garra de un águila, sostenía un cayado blanco de espino silvestre.
Era hombre tosco y
primitivo; sus mejillas, rugosas como la corteza de una vieja encina, estaban en parte
cubiertas por la barba naciente no afeitada en varios días, blanquecina y sucia.
El zagal, rubicundo y pecoso, correteaba s
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